Thierri de Duve entiende a la instalación como el establecimiento de un conjunto singular de relaciones espaciales entre el objeto y el espacio arquitectónico que fuerza al espectador a verse como parte de una situación creada. Como práctica que reclama la experiencia individual y presente, localizada en un aquí y ahora que determina una vivencia irrepetible, la instalación se inscribe como un arte de tintes auráticos, pero sin participar de las notas que fundamentan el privilegio exclusivista del aura ilustrada. Con ella, los vínculos entre original y copia han sido replanteados: porque si bien el modo de trabajo y los materiales la vinculan con lo reproductible, mantiene intacta una vocación de singularidad. En este marco, se reflexiona sobre el tipo de espectador que esta práctica solicita: un espectador visitante que se introduce en la obra y la completa, con el préstamo circunstancial de su propio cuerpo.