A partir de la tragedia de Cromañón, suceso que impactó en el mercado de las fiestas y boliches de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a partir del 2005, se produjo no sólo mayores controles y medidas de precaución en la noche porteña sino que también instauró la posibilidad de replantear cómo organizarlas y qué características tendrían desde ese momento en adelante.
El circuito LGBTIQ también fue alcanzado por las medidas preventivas y la incertidumbre de un público que durante décadas ha estado relegado a espacios chicos como multitudinarios comenzó a crear nuevos espacios, a modificar los existentes y a reconfigurar la manera en que se generaban los encuentros nocturnos alrededor de una barra y una pista de baile.
Esta esfera, que se encuentra atravesada por una impronta sexual y de género como también de géneros musicales en su mayor parte conformados por el pop, ha construido en estos últimos diez años una manera particular de reunir a su target y hacerlo partícipe de prácticas y rituales nocturnos que son específicos, pero que también encuentran excepciones que generan tensiones dentro del mismo público LGBTIQ y se trasladan al plano virtual 2.0. Además, esta esfera encuentra su identidad oponiéndose a alternativas que pertenecen al ambiente heterosexual y construye códigos que le son propios a un target de jóvenes, principalmente, que necesitan construir su personalidad con los suyos: los que comparten una orientación sexual por fuera de la heteronormatividad.
Estas características, si bien están presentes en gran parte de las fiestas y boliches que se analizarán a continuación, no escapan a la generación de rupturas y nuevos estilos que involucran vestimenta, ambientación, baile, performance, iluminación, entre otros aspectos estéticos. Pero no sólo se trata de estética, sino de comportamientos y códigos que construyen una comunidad. Esta comunidad, en su búsqueda por pertenecer a un grupo y sentir cierto grado de identificación, ha creado nuevas maneras de vivir la noche pop y electrónica. Porque son estos géneros musicales los que están colmando los boliches viernes y sábados, al punto de que se ha generado un estereotipo adosado al género, y está abierta la pregunta acerca de cuál es la razón de la elección de una serie de comunidades nocturnas LGBTIQ que prefieren en su mayoría bailar al ritmo de sintetizadores y clásicos pop de la década del 90 y principios de 2000 antes que la cumbia villera característica tan escuchada en otros ámbitos.