A comienzos de siglo XX, las vertiginosas transformaciones que venían de la mano del progreso y metropolización dieron a muchas ciudades latinoamericanas un “aire de irreprimible e ilimitada aventura”; era en ellas donde se focalizaban el comercio y las inversiones y donde se advertían, de manera más notoria, las transformaciones que se daban tanto en el ámbito social como en el material. Entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, ciudades como, por ejemplo, Montevideo, Buenos Aires, La Plata, Rosario, Santiago de Chile, San Pablo o Río de Janeiro se convirtieron en foco de atracción para miles de inmigrantes que llegaban desde distintos puntos del Viejo Continente para probar suerte. La llegada masiva de inmigrantes se hizo evidente en los principales centros urbanos: la población pasó, en el caso de Buenos Aires, de 177.787 habitantes en 1869 a 1.575.814 en 1914 y a 1.700.000 hacia 1919; en Río de Janeiro de 522.651 en 1890 a 811.443 en 1900 y a 1.157.873 en 1920; en Santiago de Chile de 256.000 en 1888 a 507.296 en 1920 y en Montevideo superó el millón en 1908 con 1.042.686. Una situación que a principios de siglo XX se ponía de manifiesto en las calles a través de periódicos, escuelas, colectividades y arquitecturas que hacían referencia a culturas extranjeras.