El paisaje es la representación de un espacio, de un territorio extenso. En el campo artístico, André Félibien en 1667, lo clasificó como un género pictórico, atribuyéndole una categoría de análisis, al mismo tiempo que implicaba fórmulas para la producción. Instaurando un contrato previo entre la obra y el espectador, basados en un carácter repetitivo, acumulativo y predecible de ciertas normas que los determinan y los vuelven reconocibles (Natalia Giglietti,Francisco Lemus, 2013).
Según esta clasificación, el paisaje se vincula técnicamente con la pintura, posee un formato “apaisado” donde predomina la horizontalidad, su tamaño de plano por excelencia es el gran plano general y se centra temáticamente en la naturaleza.
No obstante, a lo largo de la historia estos límites propuestos por la categoría, necesariamente se ampliaron, se volvieron más porosos, pudiendo dar cuenta de muchas producciones contemporáneas, que hacen referencia a dicho género, poniendo en tensión la norma, generando variaciones temáticas, retóricas y formales. Otorgándole diferentes usos poéticos y políticos al mismo.