La publicación de Las lenguas vivas. Zonas de exilio y traducción en Manuel Puig, de Delfina Cabrera, resulta por demás interesante ya que pone el acento en dos zonas que habían sido escasamente estudiadas en su conjunto. En clave deleuziana, la autora entiende por zona el funcionamiento de una determinada organización de elementos en un espacio textual que emerge de la desarticulación misma de los conceptos de traducción y exilio. El libro —que se divide en cinco apartados y viene acompañado de un pequeño anexo con manuscritos— recorre un amplio espectro de la producción puigiana, siguiendo las huellas de una operación desestabilizadora: aquella que el escritor realizó sobre el cuerpo mismo de la institución literaria.