En el disco Bocanada (1999), la experiencia sonora fluye entre sutilezas y líneas de tiempo que se desencajan y se encuentran en abismos fraseados y corpóreos. Las canciones, compuestas por un Gustavo Cerati renovado y solista, navegan en una gran humareda azulada que, al igual que la portada del disco, está marcada por huecos, sombras, fantasmas, hitos sueltos y, ya que estamos, sueños merecidos.
El álbum baila entre musicalidades que van del desmonte de tabúes -fuego y dolor- hasta la caminata atrapante -ese paseo inmoral- y el oleaje balsámico que se desprende de los loops, los sintetizadores, los verbos hecho carne y el recorrido habitado por sugerencias y armonías introspectivas.
El ADN divagante de Bocanada se liga con el relieve melódico de las suites presentes en Dynamo (1992) o en el delicado Sueño Stereo (1995), de Soda Stereo. Asimismo, la propuesta estética también se adentra en las amalgamas del texturado y solista Amor Amarillo (1993), aunque el foco esté más puesto en una zona ensombrecida y no tan luminosa.