Hubo dos hombres, inavenibles entre sí —que él trataba íntimamente de conciliar— en su personalidad profunda: 1. El hombre de pensamiento público, o mejor, el hombre público capaz de pensamiento, que expresa su saber erudito, y devuelve o proyecta públicamente, enseñando, legislando, lo que ha aprendido en escuelas o libros; 2. El hombre íntimo, de un saber inherente, menos vía de conocimiento que camino de perfección. En él se hipostasiaban, como en muchos místicos, el hombre de religión y el hombre de poesía. Él mismo otorgó la clave perfecta de su vocación esencial: La 'poesía es la religión inconfesada de todas las almas.