Mi propósito en este artículo no es juzgar a Joaquín V. González. Eso sería una tarea audaz de mi parte, pues reclamaría un estudio profundo y serio que en estos momentos no puedo abordar. Prefiero pues, ceñirme a dos puntos: el primero concierne a la historiografía argentina y el otro será una contestación a la pregunta ¿Cómo es que un estudiante norteamericano conoce a González?