La vida humana es orgánica de modo que la ciudad, es espacio construido, debe mantener ese carácter aún en el máximo crecimiento, con una integración o federación de estamentos en aplicación directa del principio de subsidiariedad. Hoy en día la arquitectura expresa que no son tanto las necesidades humanas y su importancia natural y objetiva las que regulan la vida urbana, sino que por el contrario son el capital y sus afanes de ganancia los que determinan las necesidades que hay que satisfacer y su amplitud.
Así aparecen en el espacio construido -obra del hombre y por lo tanto modificable- los nuevos guetos, idénticos en su significado aunque referidos a ambos extremos de la escala social. El club de campo y la villa miseria, segregando a las personas por el peor de los motivos y desvirtuando el sentido específico de lo urbano y su finalidad que es el encuentro de las familias y de las personas y su convivencia enriquecedora. Tanto el club de campo como la villa miseria son el exponente de la segregación social y funcional, área urbanizada, no deberíamos llamarlos ciudad, volviendo a practicar el arte soberano de las definiciones. La sociedad se disgrega y se atomiza. El individuo reemplaza al grupo. Lo que antes era solidaridad pasiva se transforma en acción del Estado, masiva y despersonalizante.
Paralelamente el Estado, recargado con las tareas que antes cumplían las familias y los estamentos sociales intermedios, deja de lado aspectos importantes de la actividad nacional, como la economía, cada vez más en manos de grupos multinacionales cuyos intereses no necesariamente coinciden con los de las poblaciones urbanas, sobre todo en nuestros países periféricos.
Hay así un espacio construido doméstico y otro cívico y la calidad de vida urbana debe referirse a ambos. El espacio construido es, debiera ser, un hecho material productor de sentido: lo que debemos diseñar son espacios sociales, ya que las formas siempre transmiten valores. Un espacio social no se resuelve solamente de una vez en el tablero o la computadora de un arquitecto. Es un espacio con potencialidades aptas para ser desarrolladas por los habitantes. Son los ciudadanos los que hacen ciudad. Desde este punto de vista la ciudad es una concentración de lugares de encuentro.