La idea de progreso durante buena parte del siglo XX implicó que una ciudad como La Plata, emergente de un proyecto republicano y liberal, se construyese como escenario idóneamente disponible para implementar sucesivamente nuevas realizaciones, cuyo nivel esperable -material y cultural- debía opacar a las precedentes, como se suponía que operaba el progreso material. Tal confianza se desdibujó a fines de la década de 1970, en el clima crítico de la modernización, emergiendo una voluntad conservativa algo voluntarista, que debía confrontar con una poco crítica -de sus fundamentos y valores- voluntad de progreso. En este devenir resulta necesario de-construir los sentidos tanto del “progreso edilicio” como de la conservación patrimonial, para establecer consensos acerca del límite y las posibilidades relativas de cada una de estas dos voluntades.
No resulta menor comprender hasta qué punto buena parte de lo actualmente conservable fue realizado como acciones de progreso a expensas de hacer desaparecer obras precedentes.