Si hay una figura en las letras argentinas cuya trayectoria está ligada desde los comienzos de su producción a su labor como periodista, ésa es la de Roberto Arlt, quien desarrolló una parte muy importante de su obra y consiguió visibilidad y reconocimiento como escritor y entre el público lector por su participación en diarios y revistas de la época. Como es bien sabido, en 1928 Arlt se incorpora al equipo de redacción de El Mundo, un matutino renovador, de formato tabloid y destinado a la clase media, donde tiene a su cargo la nota costumbrista. Allí publica durante muchos años sus conocidas “aguafuertes porteñas”. Un punto de inflexión en la obra de Arlt es la década del treinta, porque en ese entonces se abre un nuevo período para su literatura. Así, puede considerarse el año 1932 como la instancia clave del cambio pues constituye, en primer lugar, el momento en el que Arlt cierra el ciclo novelístico (El amor brujo, de 1932, es su última novela publicada) y ese mismo año es también el de su ingreso a la producción dramática. A partir de 1932 y hasta 1942 el escritor se orienta de lleno al teatro, a la cuentística y continúa su colaboración con las notas que desde la década del veinte publica en El Mundo.