Para algunos pacientes, el dolor puede convertirse en un fenómeno central de su existencia, hasta el punto de ocupar buena parte de su pensamiento, e incidir poderosamente en las acciones y decisiones de su vida cotidiana. «No pienso en otra cosa, no me preocupa nada más», «lo único que pido es no tener dolor», «yo sé que estoy mal, pero no quiero sufrir», «este dolor es la muerte». Relatos cotidianos, repetidos en boca de pacientes aquejados de dolor sostenido e intenso, que ponen de manifiesto el carácter omnipresente del dolor en el plano de las representaciones y los afectos de un sujeto. Privando del movimiento, restando autonomía, transformando los días y las noches en una tortuosa espera de alivio, el dolor implica la irrupción de un elemento heterogéneo a nuestra percepción habitual del cuerpo. Tal como reza una célebre definición de la salud como «silencio de los órganos», la enfermedad y el dolor ponen de manifiesto una dimensión de nuestro organismo de la que habitualmente no tenemos conciencia.