La muerte es el destino inevitable de todo ser humano, una etapa en la vida de todos los seres vivos que constituye el horizonte natural del proceso vital. Ésta forma parte de nosotros porque afecta a quienes nos rodean y porque la actitud que adoptamos ante el hecho de que hemos de morir determina en buena medida la manera como vivimos. Pero recordemos que “el moribundo es un viviente”: con estas afirmaciones se abre la reciente publicación ‘Luci nel tramonto’. El autor precisa que el moribundo no es aquél que vive los últimos instantes de la vida, sino una persona que vive la condición característica de una enfermedad incurable, progresiva e irreversible, desde el progresivo deterioramiento y declino de las normales funciones fisiológicas y psíquicas hasta la muerte verdadera. El moribundo es en primer lugar un viviente y como tal requiere ser considerado, acogido y acompañado en cada momento y en cada fase de la relación.