En El Monstruo de las mañanas, la búsqueda de la integración acústico-eléctrica sucede a la par que la obra en sí misma. El foco integrador no fue tomado como marco teórico/reflexivo para generar un principio estructurador de la obra. Esto quiere decir que aquellos efectos que procesan las señales eléctricas de los instrumentos no alteran drásticamente el timbre de manera que queden irreconocibles, sino que los transforma en hiperinstrumentos con capacidades ampliadas. Aquí el aspecto central es la configuración de los materiales musicales a partir de esta manipulación espectral, de manera tal que la obra sólo puede ser apreciada en tanto se dé esta interacción. A lo largo de toda la obra se despliegan texturas que abarcan casi la totalidad de los instrumentos, de manera tal que no posee un balance acústico por sí misma que permita oír, por ejemplo, una línea ejecutada en el bandoneón a la vez que una guitarra con distorsión, un bajo con slapping, y dos saxos atacando homorrítmicamente. Este balance es posible solamente gracias a la amplificación y manipulación de las señales de estos instrumentos.