El siglo XX tuvo como característica determinante la explosión demográfica en el mundo, la “urbanización” de la población, la degradación ambiental y una impresionante aceleración en los procesos tecnológicos; ello condicionó fuertemente el desarrollo social y educativo, dando un nuevo alcance a la dimensión cultural y a las cuestiones de política y poder de las instituciones, y modificando en consecuencia los métodos de planificación y gestión del desarrollo comunitario y de sus instituciones, considerando en particular las de educación superior. El pensamiento moderno, cartesiano e iluminista, dominante en la primera mitad del siglo, visualizó al mundo como una totalidad esencialmente ordenada y a los procesos de desarrollo de la sociedad y de sus instituciones, desde una visión de “certidumbre” en el futuro, homogéneo y previsible, como resultado de una suma de tendencias y decisiones.