Cuando abordamos un objeto de estudio que integra el conjunto de manifestaciones culturales, se hace indispensable, como recurso metodológico, efectuar un recorte de los aspectos a tratar, en un esfuerzo por delimitarlo y extraerlo del todo al que pertenece. Pero también es evidente que ese contexto móvil, fijado únicamente por los intereses del investigador e inexistente en la realidad, siempre está presente en el análisis, aunque se focalice desde distintos ángulos que privilegien una u otra visión.
Tal es el caso del Romancero español. En tanto producto cultural que no ha cerrado su ciclo de vigencia, el romance tiene un comportamiento propio que no permite encasillamientos fijos. Ha llegado hasta la actualidad diversificado a través de las tradiciones oral y escrita, y dentro de la escrita, particularmente la impresa; mas, estas tradiciones han estado relacionadas entre sí desde el nacimiento del fenómeno, han navegado juntas en el fluir de la tradicionalidad, y podemos decir que resulta prácticamente imposible considerarlas individualmente.