Jorge Gelman, mirando desde nuestro poco satisfactorio presente, despliega un texto que se entronca con la serie de búsquedas de explicaciones a la historia argentina en el largo plazo, tanto las que se preguntaban por las bases de lo que parecía ser un futuro promisorio en tiempos de la creación de la República (Mitre), como las que cantaban la gloria de su realización (el centenario) o la crisis del modelo agroexportador (revisionismo).
Señala, con toda razón, que las explicaciones más influyentes en la actualidad dentro del campo académico son las elaboradas en la década de 1960; las paradigmáticas de Carlos Sempat Assadourian (principalmente para el período colonial) y de Tulio Halperin Donghi (para el período temprano-independiente).
Suma sus propias investigaciones sobre uno y otro período, las de sus compañeros de ruta en el ya viejo e inconcluso debate en torno a la historia agraria tardo-colonial, y su amplio conocimiento de la producción historiográfica, para concluir que el elemento clave para pensar la suerte de las economías regionales que conforman el territorio argentino es que la Revolución trajo la bifurcación de caminos entre unas a las que les va bien o muy bien (Buenos Aires y las del Litoral) y otras a las que les va moderadamente mal o muy mal (el resto). Dentro de ese esquema, ve en esas coyunturas opuestas emergentes de los costos de la independencia la explicación económica de la macrocefalia argentina.
Para el antiguo régimen, Gelman sostiene que las tareas agrícolas y el comercio eran el motor o polo de arrastre de la economía porteña. En relación con las primeras, el principal estímulo es el abasto del mercado local y la exportación de mulas en dirección de los mercados andinos, “si bien no dejaba de aprovechar las posibilidades de exportar cueros y derivados pecuarios”. En cuanto al comercio, Gelman propone que era el centro de las actividades de las elites de Buenos Aires, ocupadas en mediar entre el Atlántico y los mercados americanos o entre estos últimos entre sí. Al insertar esa economía porteña en la trama de las del espacio peruano, Gelman señala que se advierte un cierto equilibro en el conjunto, dadas las fuertes interdependencias existentes, y que por más que por diversos factores las economías litorales pueden resistir mejor los efectos de arrastre negativos derivados del polo minero, no se puede detectar una divergencia importante en el movimiento económico de las diversas regiones que pasarían a integrar el Virreinato del Río de la Plata.
Antes de estas conclusiones parciales sobre las economías regionales y sus relaciones en la segunda mitad del siglo XVIII (que implícitamente extiende hasta la revolución), reconoce que la matriz de análisis utilizada (los espacios económicos) no ha perdido fuerza explicativa, y ofrece un modelo que permite comprender fenómenos que se pueden observar en casi todo el espacio colonial. Esta idea se refuerza ya que Gelman toma debida nota de que numerosos estudios de caso han demostrado excepciones.
Por mi parte, trataré de argumentar que es anterior a la Revolución la divergencia de destinos señalada por Gelman entre la economía rioplatense y las de las regiones que a lo largo del siglo XVIII pivotaron hacia el Atlántico mediante la conformación de un espacio económico rioplatense.