La conmemoración de un nuevo centenario de la aparición de la primera parte del Quijote induce a recoger dos testimonios contemporáneos del tercer centenario: Rubén Darío dedicó al menos dos poemas de Cantos de vida y esperanza a Cervantes o a su obra. (1905). En uno de ellos “Letanía de Nuestro Señor Don Quijote”, descalifica abiertamente los comentarios eruditos à la page: “de las Academias/ Líbranos, Señor”, dice en una parte. Y en otra: “soportas elogios, memorias, discursos / resistes certámenes, tarjetas, concursos...” Darío revela descontento ante lo que llamaríamos la burocracia de las efemérides. Su poema, que reivindica el ser español es, por denigración de sus contrarios, una proclama de su poética alejada de la retórica vacua. El otro testimonio pertenece a Ramiro de Maeztu, quien en su referencia prolija a los panegíricos organizados en torno del tercer centenario se parece un poco a Darío. Revela y admite la soledad de su propia voz al proclamar, al Quijote ”apoteosis de nuestra decadencia”. Dedica muchas páginas de su ensayo a comprobar que Don Quijote es el epítome de un cansancio español al “reconocernos vencidos ante el ideal inasequible”. No es mi propósito refutar ni comentar a tan encumbradas personalidades ni añadir nuevas interpretaciones a las que parecen agobiar a los precitados, sino más bien poner al Quijote como propuesta humanista en relación con otra obra cuyo cuarto centenario también se conmemora este año: en 1605 subió a escena El rey Lear, de William Shakespeare.