Internet constituye hoy un espacio en el cual habitamos durante largas horas de nuestras vidas. Nos cuesta imaginarnos por fuera de la Red, se nos dificulta pensar nuestros trabajos, nuestros modos de vincularnos, nuestros consumos culturales, entre otras cosas. Internet no solo aparece en nuestras vidas en los momentos de ocio, sino que también es fundamental para nuestra productividad cotidiana. Entonces, resulta indispensable comprender de qué se trata. Natalia Zuazo (2015) dice que no es casual que nos hayamos hecho la imagen de Internet como una “nube”, como una representación sin cables, intangible, blanca y luminosa. Muy por el contrario, “Internet es ese mundo lleno de tubos, cables, tierra, agua, arena y centros de datos aburridos con luces que se quedan solas de noche titilando sin fiestas ni plazas soleadas alrededor” (p. 15). Comprender la materialidad de Internet nos ayuda a visualizar a la Red como un espacio que también está atravesado por las lógicas del poder, con dueños, precios y disputas en el mercado. En ese sentido, debemos “pensar las tecnologías en su espesor cultural, político y social” (Racioppe, 2012, p. 112) y no detenernos en realizar una mirada meramente instrumental de las mismas. De ese modo, nuestro análisis partirá de comprender a las tecnologías como instituciones sociales ya que, como plantea Raymond Williams (1992), no se puede pensar a los inventos técnicos por fuera de las sociedades.