Como es sabido, actualmente y desde hace varias décadas, las categorías de género y sexualidad constituyen un foco prolífico de producciones teóricas en múltiples disciplinas. A pesar de la profunda relevancia teórica y política que entrañan, las vinculaciones explícitas o subyacentes entre estas categorías han sido poco tematizadas. Diane Richardson (2007) ofrece una sistematización al respecto. Señala que la captura posestructuralista de la identidad y el cuerpo efectuada por los Estudios Queer han denunciado la lógica binaria y la comprensión restrictiva de la sexualidad y el género en términos de fijeza, coherencia y estabilidad. La autora se inclina hacia la diversidad, la movilidad, la fluidez y las diferenciaciones múltiples, ideas que encuentran su principal afluente conceptual en la idea de performatividad, tal como ha sido modelada por Judith Butler. (2007; 2008) Richardson destaca que una de las dificultades a la hora de teorizar las conexiones entre género y sexualidad refiere a que estos términos son utilizados frecuentemente de modo ambiguo, de acuerdo a filiaciones teóricas y pertenencias disciplinares. Conceptualizar la relación entre estas categorías supone, entonces, como cualquier debate problemático, el despliegue de argumentos anclados en diferentes preocupaciones epistemológicas.