La deconstrucción del espacio literario que hizo eclosión en los últimos veinte años tiene implicancias que no se detienen –a veces ni siquiera atraviesan esos lugares– en la disolución de un territorio que pueda corresponder a una cierta geografía identitaria. Los modos de escritura, sus medios, se han modificado de manera radical en este atravesar de un siglo a otro, de un tiempo a otro, y esas tecnologías afectan nuestro modo de mirar, no porque nos permitan ver más sino porque, al poner en primer plano los mecanismos tecnológicos que construyen la imagen, despiertan en nosotros una desconfianza radical sobre el montaje de lo real que se había dado por seguro hasta hace apenas unos años. En lo que hace a la literatura, ese montaje se expresó en el libro, en la tecnología del libro y el modo de leer que ese artefacto institucionalizó. Me propongo analizar algunos cuestionamientos a ese modo naturalizado de leer a través del análisis de El Gran Vidrio, de Mario Bellatin.