Se cumple ahora un año de mi llegada a París. Setiembre. Todo en estos días evoca el recomienzo. Los parisienses regresan de las vacaciones; encandilados todavía por el sol de las playas, este otoño precoz les hace aparecer más grises las calles, los puentes, el Sena. La ciudad se recupera después de su pasajero letargo. En este momento empiezan a llegar, de todas partes del mundo, los estudiantes que han viajado hasta acá buscando la Tierra Prometida. Como yo, hace justamente un año.
Obtuve entonces del gobierno francés una beca de las llamadas técnicas para realizar un curso de refinación e ingeniería química en la Escuela Nacional Superior del Petróleo. Este tipo especial de becas está a cargo del Ministerio de Asuntos Económicos (y no del de Educación, como las otras) e importa una mensualidad de 60.000 francos, más 20.000 francos anuales para la compra de libros. Es notable, dicho sea de paso, la perfecta organización de la oficina encargada de los becarios, como así el trato deferente y la bonísima voluntad por parte de sus funcionarios. Lo mismo cabe decir del “Comité d ’A ccueil aux Etudiants Etrangers”, organismo dependiente del Ministerio de Educación que se ocupa de todo lo referente a los estudiantes extranjeros, sean o no becarios.