Este libro empezó a escribirse hace más de veinte años. El punto final del texto que sigue fue puesto hace más de diez. En el medio, la rutina de escribir cada domingo la columna que saldría publicada en el suplemento No, del diario Página/12. Una enorme ternura me envuelve frente a la nueva puesta en papel de esta red de palabras que una vez me salvaron la vida. Ternura por esa que fui, por la ingenuidad que sobrevive entre líneas, por las comas y los puntos que sobran por todos lados, por esa heterosexualidad convencida de la que me fugué con tanto placer. Todo está dicho en las páginas que siguen, conservé el prólogo de la edición original, del año 2004, en honor a esa sucesión de presentes que hilvanan una trayectoria vital. Muchas cosas han cambiado desde entonces, ahora sabemos que los tratamientos para el vih-sida son realmente efectivos, que el estigma se ha morigerado al mismo tiempo que se aplazó la amenaza de muerte y que hasta se puede prescindir de los condones cuando la carga viral permanece indetectable. Otras siguen igual, hay cuerpos que importan y otros que no, quienes mueren por causas relacionadas al vih sida son en su enorme mayoría pobres, personas trans, indi*s, negr*s; excluid*s. Pero no tengo intenciones de hablar sobre sida, aunque ahí está el origen de esta trama.