En estos últimos años, con el prodigioso desarrollo de la automatización en la industria, estamos asistiendo a una revolución de proyecciones extraordinarias. Cabe destacar que, no obstante las muchas formulaciones filosóficas desconcertantes y faltas de fe, que partiendo de la simplicidad de que el hombre se equivoca y la máquina no, pretenden atribuir a ésta mayor perfectividad, será siempre el ser humano, creador y dominador de la nueva técnica, quien en definitiva se beneficiará de su aplicación. Dicha revolucionaria tendencia hacia la automatización integral caracteriza la realización de las más diversas operaciones que hoy se plantean en el plano de las relaciones sociales, como así también la serie de procesos que permiten ejecutar piezas mecánicas y elementos varios automáticamente. Es evidente que este nuevo desarrollo tecnológico constituye un paso decisivo en la continua y progresiva acción civilizadora del hombre. Sus orígenes entroncan así con su inacabable lucha para lograr, cada vez con mayor perfección, la mecanización del trabajo. En esta perspectiva la automatización representa entonces una nueva y distinta fase del progreso industrial, continuación y superación de procesos anteriores menos ambiciosos.
En realidad, las etapas precedentes de mecanización perseguían fundamentalmente la sustitución de los procesos manuales por dispositivos mecánicos adecuados. En estos últimos años sin embargo, y más precisamente en estas dos últimas décadas la automatización, ayudada por el prodigioso desarrollo de la electrónica, ha superado los viejos esquemas con que se proyectaban las máquinas convencionales, es decir, el de ahorrar trabajo muscular humano para avanzar decididamente en el camino de reemplazar incluso ciertos procesos mentales del hombre, ahorrando, como consecuencia, esfuerzo cerebral.