Alberto Fernández asumió en diciembre con lobos internos y externos alrededor, y también miradas fijas que se clavaban en su figura con tono sobrador (Jair Bolsonaro, Jeanine Añez, Lenin Moreno). No obstante, los incendios institucionales de otros países de la región corrieron el eje y el dislocamiento de la crisis pandémica movió todas las brújulas latinoamericanas. Tras la aparición del Coronavirus, la retórica del Estado emergió con potencia y empuja hoy con imagen positiva y respuestas a favor. Es una narrativa (en términos albertistas) que traza puentes e incorpora guiños con las socialdemocracias europeas (basta revisar los discursos de Merkel y Macron en este contexto). Indudablemente, es un síntoma en pleno proceso. Y no hay nada completo. Sin embargo, es un signo que une fisuras y que integra figuras sin definir.