Ricardo Rojas llegó a La Plata hacia el año 1909, traído por Joaquín V. González. Ya había publicado La Victoria del Hombre (1903), obra de plan audaz y ambiciosas proyecciones, a la que el mismo autor llamará después “la utópica visión’’ de su juventud, “el optimismo sin experiencia, la humanidad abstracta de las filosofías’’, donde, con versos sonoros y elocuentes, exalta al pueblo y defiende los más puros y nobles ideales sociales, proclamando el triunfo del amor y de la bondad sobre el mal y el odio. Había publicado, también, entre otras obras en prosa, El país de la selva (1907), con la belleza de paisajes y cielos autóctonos que traían un color local y un encanto de escenarios vírgenes pocas veces superado. Era el año de La Restauración Nacionalista que lo señaló, más allá de las fronteras de la patria, como apóstol de un sano y sincero argentinismo, libro en el cual anuncia la preparación de su Ollanta y y aparecen los principios fundamentales de la tesis de Rojas, que serán el nervio vital de toda su producción posterior: la exaltación del sentimiento nacional.