La economía clásica y tradicional, la ciencia de las conjeturas que trabaja con hipótesis, creó teóricamente y por simple deducción, un ente abstracto, para defender su individualismo egoísta o su egoísmo individualista, sazonado por el afán del lucro, el homo-ecortomicus.
La tecnocracia, luego, esquematizó con más sentido de la realidad, al homo-fabris, es decir el que fabrica instrumentos Pero antes que el sirviente del capital y el esclavo de la máquina existía el siervo de la gleba. Pues desde la “revolución neolítica”, a finales de la Prehistoria, existió el homo-ruralis. Bastó que con un hueso, un palo o una piedra removiera el suelo donde enterrar una semilla para que naciera el homo-ruralis. O el homo-rusticus como lo califica Daniel Faucher, profesor de geografía de la Universidad de Toulouse y decano, entonces, de la Facultad de Letras, en su tratado de Geografía Agraria, donde aclara: “el tipo de hombre ligado a la gleba, obscuro y necesario, sobre el que reposa la vida social”.
La presencia del homo-ruralis no es imaginaria, se trata de un hecho simplemente real. Y si fue creado, no lo creó una mera abstracción o conjetura, sino la naturaleza, al brindarle una planta y el medio necesario para la vida de esa planta.