Cuando Alejandro Magariños Cervantes publicó Celiar en Madrid, en 1852, la lírica gauchesca seguía siendo una iniciativa de origen popular asumida por ciertos letrados, que iba teniendo un alcance cada vez mayor, pero que aún estaba estrechamente ligada a la razón política.2 Lejos aún estaban las operaciones de Leopoldo Lugones y El gaucho Martín Fierro y el auge del criollismo en la cultura rioplatense y, sin embargo, las letras gauchescas no estaban necesariamente en un lugar marginal (Schvartzman 193). La leyenda de Magariños Cervantes, en cierta manera, da cuenta de ello.3 Celiar se comienza a escribir en Montevideo en 1845 (Magariños Cervantes, Celiar 23) y tiene, sin duda, como referencia La cautiva o El ángel caído de Esteban Echeverría y otros textos canónicos europeos; pero además este poema, como la novela del mismo autor Caramurú, se inscribe más o menos explícitamente en una tradición que parte de la poesía oral rural y Facundo de Domingo F. Sarmiento hasta las composiciones de Hilario Ascasubi.