Se abren múltiples interrogantes en la nueva etapa que se ha iniciado. ¿Los progresismos tienen una debilidad congénita para canalizar las ansias populares de cambio social radical? ¿Solo pueden operar como amortiguadores de las luchas populares, como cara amable de proyectos sociales injustos? Y, si eso fuera así, ¿qué papel tenemos los movimientos populares de la región para evitar que esos procesos se consoliden como medios para la reproducción ampliada de la explotación, el saqueo y la muerte? Las trampas del neodesarrollo nos han dejado con un sabor amargo, al parecer. En la batalla contra la avanzada neoliberal de las décadas anteriores, no hemos sabido superar los límites de un Estado social precario que promete el desarrollo (capitalista) como medio universal de inclusión. Pero, ¿qué tipo de inclusión puede ofrecer un Estado construido sobre la base de las relaciones sociales capitalistas y patriarcales en nuestras sociedades, atravesadas por la colonialidad? Por otra parte, ¿cómo se vincula la inclusión en un marco capitalista con las demandas de cambio social por parte de los movimientos populares?