Todo trasplante de órganos requiere de un donante, el cual, según el caso, puede ser vivo o fallecido. Pese a que los mejores resultados se observan cuando el órgano proviene de un donante vivo, el mayor porcentaje de órganos destinados a trasplante se obtienen de donantes con criterios neurológicos de muerte encefálica. La muerte encefálica impacta de manera negativa en la calidad de todos los órganos potencialmente trasplantables, por tal motivo, el estudio de la fisiopatología de este proceso y la búsqueda de estrategias para mejorar la viabilidad de los órganos representa un área de sumo interés en el ámbito de los trasplantes de órganos. Diferentes aspectos propios de este órgano han hecho que el intestino fuese el último órgano en ser exitosamente trasplantado en humanos. Si bien la aplicación de protocolos de inmunosupresión agresivos ha permitido mejorar los resultados e incrementar la aplicabilidad del trasplante intestinal (TI), la incidencia de rechazo continúa siendo mayor que en otros órganos, y continua siendo causa temprana y alejada de pérdida del injerto y necesidad de re-trasplante.