Argentina se caracteriza por ser un país agrícola-ganadero, con una historia de desarrollo ligada a la producción agropecuaria con fines de exportación. En los últimos 20 años, este sistema sufrió una fuerte intensificación, con un incremento exponencial de la producción asociado a la introducción de la siembra directa (SD). Si bien la SD se introdujo como una alternativa para evitar la degradación de suelos producida por años de labranza, la adopción de este sistema se hizo de forma simplificada, sin lograr generar los niveles de reposición de materia orgánica (MO) y de cobertura vegetal que permitirían conservar la salud de los suelos. La simplificación de las rotaciones agrícolas, con repetición de cultivos como la soja que producen poco rastrojo y los largos barbechos invernales, son causas de procesos de degradación de suelos. En este contexto, la inclusión de cultivos de cobertura (CC) se presenta como una buena alternativa para mantener la cobertura vegetal y el aporte de MO, lo que permitiría conservar la estructura y estabilidad del suelo. Un suelo bien estructurado posee un buen sistema poroso y por lo tanto un flujo de agua y aire adecuado para preservar la fauna del suelo y permitir el desarrollo de las plantas. Por otra parte, los CC pueden reducir la necesidad de aplicar agroquímicos como el glifosato, y mejorar las condiciones para su degradación en el suelo.