Desde Junio de 2018, dos políticas públicas del gobierno de Mauricio Macri quedaron amarradas al vínculo bilateral con los Estados Unidos. Además de la política exterior, que desde el día uno de mandato hizo del entendimiento con Washington su eje estructurante, la política económica ha permanecido sujeta a la voluntad de la administración Trump, en cuanto principal auspiciante, garante y sostén del acuerdo firmado entre la Argentina y el Fondo Monetario Internacional (FMI). En los meses transcurridos del 2019, esa dependencia se ha reforzado. Si el inédito paquete financiero (por el monto) ha sido clave para evitar que la Argentina no este atravesando una posible situación de secesión de pagos (default), la inédita flexibilidad del organismo multilateral con el último acuerdo firmado en Septiembre pasado se ha transformado en el principal activo del plan económico para contener las presiones devaluatorias. Existe un relativo consenso en señalar que las chances electorales del oficialismo están atadas a la evolución del dólar y que una fuerte corrida cambiaria sería letal para las expectativas de reelección.
En ambos casos -monto y flexibilidad-, la voz de EEUU como principal accionista del FMI se hizo sentir para dar luz verde a las demandas y necesidades de la Casa Rosada, a pesar de los recelos tanto del staff técnico como de otros importantes países con peso relativo en el organismo. En este contexto, el gran interrogante a responder es por qué la Casa Blanca ha decidido ponerse al hombro el gobierno de Macri. Tres han sido las explicaciones más repetidas por analistas y académicos: 1) la buena sintonía entre Trump y Macri; 2) el temor de Washington de que Argentina caiga nuevamente en el “populismo”; 3) el sostén a un aliado regional frente a la disputa en clave geopolítica con China.