Las actividades profesionales son afectadas por las construcciones socioculturales que configuran los roles, las percepciones, y el estatus de las mujeres y los hombres en una sociedad. El ámbito científico no es ajeno a esta situación y las desigualdades de género en ciencia son ampliamente conocidas. Es por eso que en los últimos tiempos en la comunidad científica, en consonancia con el movimiento global por los derechos de las mujeres, se ha suscitado un proceso de autoevaluación bajo una perspectiva de género (Scott et al., 2010; Shen, 2013; Greshake Tzovaras, 2017; Berenbaum, 2019). En Argentina, pese a que las mujeres representan el 53% del conjunto de investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET, 2020), su participación en cargos superiores—académicos y administrativos—es minoritaria, alcanzando por ejemplo en 2018 sólo el 23% de representación en la categoría superior de CONICET (Baringoltz y Posadas, 2009; CONICET, 2020). Este marcado sesgo de género en puestos jerárquicos es un patrón conocido como techo de cristal, que da cuenta de las limitaciones del ascenso laboral de las mujeres en una organización (Lühe, 2014).