La ficción y la crítica, declaraba Sylvia Molloy en referencia a sus dos actividades, conviven en ella en un delicado equilibrio que impide el sentimiento de escisión: “[…] mis dos escrituras –la de ficción y la de crítica– dependen mucho una de otra y se contaminan provechosamente” (Link, “Intermitencias”). Hablar de contaminación presupone otro término, el de fronteras. La obra de Molloy se sitúa en la frontera en la medida en que existe una zona de contacto, de pasaje, de contaminación entre las dos actividades que otorgan a su estética un carácter permeable: tempranamente Molloy eligió el camino del ensayo, a través de una vasta producción crítica, y sólo más tarde eligió la escritura de ficción.