El Reino de Arabia Saudita emerge de las sombras como una monarquía absoluta inexpugnable, capaz de menoscabar principios, declaraciones y tratados que rigen las relaciones internacionales a nivel global. Con un poder político concentrado en la estirpe hereditaria, la vida social está estrictamente regulada por la ley islámica bajo los preceptos del wahhabismo, un movimiento político religioso extremo de la rama suní del Islam.
Lejos de percibirse como garante y representante de las normas del Derecho Internacional y de la protección de los Derechos Humanos, Riad ha sido un foco de controversias y hoy su endeble legitimidad ha eclosionado. El brutal asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi, quien habría sido torturado y desmembrado en el consulado saudí en Estambul cuando se presentó a retirar papeles para su futuro casamiento, ha desatado un tembladeral que promete terminar abruptamente con el mandato del heredero al trono, el príncipe Mohamed bin Salman.
En un contexto surrealista propio de las películas de James Bond o la Supremacía Bourne, el pasado 2 de octubre Khashoggi habría sido secuestrado, drogado y cercenado vivo dentro del consulado, a manos de un comando compuesto por quince sicarios que responderían al alto mando saudí del príncipe Salman, según hizo trascender una fuente turca que relató los hechos a la agencia londinense de noticias Middle East Eye.
Los rumores del espeluznante desenlace que alcanzaron notoriedad mundial, hicieron que el régimen de Arabia Saudita reconozca parcialmente la desaparición y posterior muerte de Khashoggi en su consulado de Estambul, en Turquía. La versión oficial saudí fue tan insólita como desconcertante para la comunidad internacional al aceptar que el periodista había muerto a consecuencia de un interrogatorio “que había salido mal”, en donde los agentes encargados del asunto se “habrían excedido en sus funciones”.
En tal sentido, el ministro de Relaciones Exteriores, Adel al Jubeir, describió el incidente como “un tremendo error” y dijo que el príncipe heredero, Mohamed bin Salman, no estaba al tanto de la situación.
Declaración que motivó el descontento y la reprobación mundial.