En los últimos años, Brasil se ha convertido en uno de los países más violentos del mundo (Igarapé, 2018), concentrando cerca del 13% de los homicidios globales (Muggah y Aguirre Tobon, 2018). Esa violencia, responde directamente a la dinámica establecida entre organizaciones criminales autóctonas, que operan ya no sólo en territorio nacional sino también en algunos países limítrofes. Si bien hasta fines del año 2016, las organizaciones criminales más importantes de Brasil, el Primeiro Comando da Capital (PCC) y el Comando Vermeho (CV), mantenían un acuerdo mutuo de no agresión que les permitía manejar los flujos ilegales – especialmente de cocaína y marihuana - ese pacto se quebró cuando el PCC decidió expandirse más allá de sus “fronteras naturales”.