Tanto los tratados contables anteriores al siglo XIX como los que aparecieron en sus primeras décadas nos presentan un sistema de partida doble fundamentado en la organización de los registros contables dispuestos en tres libros de cuentas: el Memorial o Borrador, el Diario y el Mayor. La historiografía contable nos indica que esta distribución era, desde el punto de vista pedagógico, eficaz, muy a pesar de que en la práctica la inmensa mayoría de compañías se sirvieran de otras formas de llevar los libros de cuentas que, en mayor o menor grado, se apartaban de la ortodoxia clásica. Esas modificaciones se introdujeron para ahorrar esfuerzos, para facilitar la distribución del trabajo entre los escribanos, para satisfacer las peculiaridades propias de una empresa concreta y hasta para colmar los antojos o costumbres de un determinado contador o mercader. De ahí que no resulte extraño que los autores británicos de finales del siglo XVIII y principios del XIX incorporen a sus tratados ejemplos y prácticas de teneduría de libros frecuentes en los negocios más renombrados del momento.
Por otra parte, una novedad que observamos en la inmensa mayoría de tratados contables que se publicaron a lo largo de los primeros años del siglo XIX es que presentan una breve historia de los métodos contables aparecidos anteriormente.
Casi sin reparar en el hecho, la historiografía contable iniciaba su andadura, lo que viene a demostrar la inexactitud de quienes la fijan en las décadas de la segunda mitad del siglo XIX.
El estudio que se presenta comienza mencionando a Cronhelm, gestor, hombre de confianza y sobre todo contable de una familia de comerciantes de paños de Halifax. Su tratado contable, que bien puede considerarse pionero, establece una estrecha alianza entre partida doble y álgebra. Al menos en parte, su obra es precursora de algunos desarrollos contables que en la actualidad se ponen en práctica.