Hace años se plantea y fundamenta por qué el teatro debe ser parte de la educación formal como una de las materias valiosas para la formación integral de los estudiantes de todas las edades. Muchas acciones han dado su fruto y ya se han creado cargos de docentes del lenguaje específico o se han ampliado programas que proponen su enseñanza sistemática y continuada. Por eso, propongo en este texto ampliar el planteo e ir más allá del pedido de incorporación de la enseñanza del lenguaje teatral.
Voy a partir del avance que implicó pasar de considerar al teatro en la escuela como una actividad marginal, extracurricular, o presente en eventos aislados, a la significatividad y legitimación que se habilitó a partir de diferentes proyectos y programas acompañados por la prescripción de contenidos específicos y orientaciones para la enseñanza en diferentes documentos curriculares.