Apenas tocó tierra esa cálida tarde del 3 de noviembre de 2017, el avión privado procedente de Beirut fue rodeado por policías vestidos de gris. El principal pasajero, su círculo íntimo y su custodia entregaban sin titubeos sus teléfonos móviles (Fisk, 2017). Separado de sus guardias, las tropas saudíes llevarían al Primer Ministro libanés, Saad Hariri, y su familia a un lugar seguro. El premier libanés comenzaba entonces una extraña fuga.
La vida política del Líbano es rica en excepcionalidades. Hijos que suceden a sus padres en la Cámara de Diputados, reformas constitucionales exprés que extienden los mandatos presidenciales, primeros ministros que ocupan la presidencia interina por años, ministerios duplicados durante la Guerra Civil, etc.
Sin embargo, el caso Hariri se revistió de un misterio especial. La renuncia al cargo de primer ministro del líder del Movimiento del Futuro (MDF), un partido de gran consenso entre la población musulmana sunnita, tomó por sorpresa a los libaneses. La misma tuvo lugar el 4 de noviembre de 2017. Tras una crisis de relevancia, Hariri acabó retirando su dimisión el 5 de diciembre de ese año.