Si, como quería Jorge Luis Borges, una palabra en su infinita concatenación puede engendrar el universo,el término “desobediencia”, al menos, despliega una constelación de significaciones. Conecta la infanciaobediente de los hijos e hijas de represores (una entera educación normalizadora en el interior de la “familia militar”) con la desobediencia elegida en la adultez; señala una rebelión ante la Ley del Padre en el interior del hogar y una insubordinación a las políticas de la Patria militar (y a sus leyes de obediencia debida). Adquiere el estatuto de una categoría teórica en el área de los estudios sobre memoria y se convierte en un dispositivo performativo que presiona a la Justicia con demandas de nuevas leyes para poder declarar en contra de los progenitores. Se vuelve una clave y llave para introducirnos en los retos que los hijos y familiares de genocidas deben enfrentar al tomar la decisión de negar a sus padres (o parientes) y deviene un vocablo articulatorio denuevas experiencias, voces y políticas en la arena de las luchas por la memoria, verdad y justicia. Escritos desobedientes se divide en dos partes –más allá del Manifiesto que abre y del Posfacio que cierrael volumen–. La primera de ellas, “Historias de vida”, incluye los relatos en primera persona bajo el título que nombra y apellida a quien escribe: esta preeminencia del “yo” promete una enunciación desde el interior privadísimo de la escena familiar que saque a la luz y revele las experiencias de una infancia con un padre, abuelo o familiar represor -cuyo rostro ensaya variantes entre el buen padre, el padre violento en casa o el monstruo represor afuera, entre otros-. En cambio, los “Relatos desobedientes”, la segunda parte, escritos desde un yo comunitario, representativo de la agrupación y de carácter institucional, recorren desde sus mismos títulos los manifiestos, las decisiones y las prácticas públicas y políticas de este organismo creado en 2017. Pero no hay hiato entre ambas partes ya que, como sabemos, “lo personal es político” y aún más en el espacio de la militancia por parte devarios organismos de derechos humanos en Argentina, basados en el vínculo familiar con las víctimas del terrorismo estatal. Incluso, la primera parte aparece como garantía y sostén de la segunda: “el repudio cobramayor sentido, mayor fuerza, como genuina posición ética, a partir del lazo del afecto” (53), afirma Bibiana Reibaldi y con ello destaca el centro del conflicto que tensa el amor al padre con el rechazo a su conducta, contraponiendo el afecto a la ética.