El caso Skripal encarna todos los condimentos de una guerra diplomática y consular sin precedentes desde la guerra fría. Los amigos de Occidente (EEUU, OTAN y UE) arremetieron duramente contra Rusia por el envenenamiento del ex doble agente ruso (oficial de inteligencia militar rusa y ex espía del servicio secreto británico MI6) Serguei Skripal y su hija Yulia, ocurrido el pasado 4 de marzo cerca de un centro comercial en la localidad de Salisbury, al sur del territorio británico.
En una decisión apresurada y claramente difamatoria, el Reino Unido declaró responsable y culpable a Rusia por el envenenamiento de Skripal y su hija sin pruebas fehacientes que acrediten la participación directa en el caso. La primera ministra británica, Theresa May, sustentó sus acusaciones en base a la utilización del agente nervioso Novichok, un neurotóxico de grado militar desarrollado por la URSS en la década del ’70.