En París se terminaron los recorridos République-Bastille (desde la Plaza de la República hasta la Bastilla) anunciados en Prefectura donde la lógica del número parecía el elemento decisivo para aquellos y aquellas que buscaban “manifestarse”. Ya no es necesario comparar con las cifras de la policía para saber si una manifestación tuvo éxito, si la movilización “se debilitó” como se decía tan seguido en una época. Con gestos de soltura y adaptación, algo logró instaurar un nivel de crisis política raramente alcanzado en Francia estas últimas décadas. Sí, son migajas, un pequeño impuesto anulado; sí, son imposturas, pequeños reajustes de fachada, la suba del SMIC (salario mínimo) va a ser financiada por los contribuyentes, no por los patrones… La ira contra lo intolerable hay que guardarla intacta, movilizada, pero aún así, algo parece marcar una pausa en la desesperanza de las derrotas sistemáticas. Es sin dudas muy temprano, y la secuencia se mantiene abierta, pero varios signos permiten pensar, esperar, apercibirse de cómo la movilización actual parece modificar el repertorio gestual y prácticos de los “movimientos” del siglo pasado.
Un movimiento de masas como el país ha conocido poco desde hace tiempo, un movimiento ambivalente, ideológicamente confuso, que lo denominamos “informal” por estar desprovisto de estructuración política y sindical. Pero es suficiente un poco de materialismo disléxico para entender bajo la expresión de un movimiento informal, no solamente lo que se desprende de un cierto formalismo, de un cierto repertorio de formas, sino también, al mismo tiempo, por el mismo gesto, lo que “in-forma” – lo que (se) pone en una nueva forma.