En el período 2015-2016 Libia mostró escasos avances en la reconstrucción nacional tan esperada desde el comienzo de la Revolución que puso fin al gobierno de Muammar al Gaddafi gracias a la intervención de la OTAN en 2011; más aún, entre 2016 y 2017 dicha tendencia se habría profundizado.
Desde 2015 la ambigüedad en torno a la situación del país se evidenció con sucesos que opacaron los esfuerzos de estabilización auspiciados por la comunidad internacional. La formación del gobierno de transición -que nació en 2015 a instancias de Bernardino de León, enviado especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para Libia- se vio salpicada por un gran escándalo de corrupción que envolvió a la propia Comisión encargada de llevar a todas las facciones en disputa a una mesa de negociación así como a actores regionales y extra-regionales.
En forma más evidente desde entonces, las rivalidades domésticas en Libia no sólo se profundizaron sino que además proliferaron a la misma velocidad que las facciones y milicias armadas y la violencia se vio agravada por la presencia del Estado Islámico (o ISIS) que encontró una ventana estratégica durante 2016 para expandirse en el territorio.
Lo paradójico de este escenario es que mientras que por un lado el avance de ISIS se nutrió de la rivalidad de los dos gobiernos coexistentes desde 2014, en el período junio 2016-junio 2017 su combate ha contribuido a un reacomodamiento de la distribución de poder y ha permitido la consolidación de ciertos actores, destacándose en tal sentido el General Khalifa Haftar.
Haftar no es un personaje nuevo en el escenario libio, sin embargo desde mediados 2016 a la fecha ha ganado notoriedad gracias a su reposicionamiento como actor de peso, principalmente debido a que ha lo grado hacerse con el control de las principales terminales petroleras del país en el Golfo de Sirte, teniendo así un creciente poder de “extorsión” sobre las instituciones conformadas y reconocidas por la comunidad internacional.
Las comparaciones de Haftar con Gaddafi también están a la orden del día; y mientras la comunidad internacional dirime los pros y contras de su posible consolidación en el poder, la promesa de una Libia renacida y unida continúa siendo lejana mientras la comunidad internacional, una vez, más se muestra incompetente para ofrecer soluciones eficientes o dejar que las mismas encuentren su propio curso en el plano interno.
Si bien es de destacarse el hecho de que en el último año la presencia de ISIS ha sido reducida, por otra parte las facciones político/armadas en pugna no han disminuido su hostilidad mutua y, como si ello no resultase suficiente, entre 2016-2017 se ha sumado la posible presencia de Rusia la cual genera tantos dilemas como uno podría imaginarse, más aún si se realizan parangones con la situación en Crimea y en Siria.
Si bien es cierto que de momento la presencia rusa así como su colaboración con una de las partes del conflicto libio no han sido reconocidas y por momentos sólo rondan el plano de las especulaciones, es importante analizar cuáles son los posibles intereses que este actor podría tener, su posición en torno al conflicto y cómo los intereses de Rusia a su vez podrían ser funcionales para inclinar la balanza a favor –o eventualmente en contra– del General Haftar.