Un fantasma es el producto de un espejo, cuya imagen reflejada es siempre distinta de quien la emite. Observarse en un espejo produce una escisión: éste devuelve una figura fantasmal que sólo posee aquellos atributos observables, desapareciendo así nuestro secreto animal, que permanece oculto, del otro lado del espejo. La ilusión consiste en la posibilidad de separar ambos aspectos que, en realidad, son inescindibles: de un lado queda la vida desligada del cuerpo y del otro, el cuerpo carente de vida. Observarse en un espejo convierte al individuo en especial, es decir, que se reconoce a sí mismo como único. Sin embargo, ello es el producto de una igualación con el resto de los individuos: se equipara todo lo que no se observa en el espejo −el cuerpo carente de vida− y sobre esa igualdad se construye la desigualdad de la especialidad. El espectro es entonces el resultado de esa escisión entre lo observable y lo obsceno, es decir, lo que queda oculto, fuera de escena. Sin embargo, una vez que nos alejamos del espejo, la imagen, que este revela como externa, se interioriza, organizando la subjetividad de los individuos y negando, para ello, la escisión que la fundamenta. [Extracto a modo de resumen]