En los últimos años se han venido multiplicando experiencias asociativas entre diversos actores que adoptan modalidades particulares tales como encadenamientos productivos, clústeres, redes, clubes de trueque, emprendimientos asociativos, cooperativas y ferias, entre otras. Surgen tanto por la iniciativa espontánea de sus miembros como por el impulso de actores externos mediante programas de promoción y asistencia focalizados en pequeñas unidades económicas.
Entre las estrategias asociativas con mayor grado de formalización se encuentran las cooperativas, que constituyen una de las formas emblemáticas de la Economía Social. Sus principios de gestión participativa y democrática y de compromiso con la comunidad, se confunden con las características que utilizan muchos autores para definir la Economía Social (Laville, 2004a; Coraggio, 2004; Gaiger, 2004), por lo que su estudio contribuye a profundizar el desarrollo teórico de una propuesta que, sin oponerse a la economía de mercado, valorice la resolución de necesidades mediante el trabajo, los vínculos comunitarios y la importancia de la persona por encima del mero interés económico.