La articulación entre la producción industrial y la agrícola creció en intensidad desde la década de 1960. Las condiciones para esa transformación ya se habían esbozado en los años 1950 con la metalmecánica (montaje de tractores, cosechadoras con tecnología adaptada, automotores). La concentración del capital en bienes de capital destinados a la agricultura originó, al mismo tiempo, un nuevo actor social cuya escala de producción coincidía con la misma pampa húmeda. El contratista de maquinarias, el empresario que invierte en el parque de máquinas y herramientas organizando en forma parcial o completa el ciclo productivo desde las tareas de roturación hasta la cosecha. La innovación tecnológica se sintetiza en este tipo de figura capitalista que no coincide con el denominado contratista tantero al que una definición más rigurosa impide confundirlo con el primero pues se trataba de un arrendatario y/o aparcero de corto plazo. El concepto más general, contratista, comprende por consiguiente, diferentes concepciones culturales y posiciones en la estructura productiva. En ambos casos, el propietario de la tierra abandona su condición de productor y se transforma en un “rentista”. El contratista de maquinaria y el contratista-tantero expresan una condición similar en tanto ambos se orientan en dirección de la tasa de ganancia de acuerdo con la masa de capital invertido. [Extracto a modo de resumen]