A propósito de los rumores difundidos en este último tiempo sobre la salud de Kim Jong-un, su desaparición del ámbito público y el futuro de la nación del norte de la península coreana, vale la pena recuperar parte de la historia de la relación entre las dos Coreas, a veces olvidada en pos de la búsqueda de la primicia.
Una historia de división, conflicto y, a su vez, de cercanía y contacto. Un pueblo que se define como igual, homogéneo, que posee un cúmulo de hechos compartidos y que, debido a la influencia de causas externas e internas, resultó dividido en el contexto de la Guerra Fría y formó dos Estados disímiles. Uno al norte del paralelo 38, la República Popular Democrática de Corea, de orientación pro-soviética en sus inicios, con una economía centralmente planificada y cuya sucesión del cargo máximo de gobierno recayó en la familia Kim; y otro Estado al sur, la República de Corea, que, luego de dictaduras y golpes militares, se constituyó en una democracia con una alta industrialización y desarrollo económico y que sostiene una alianza en materia de defensa con los Estados Unidos de América, uno de los principales enemigos - junto con Japón- de su homónimo del norte.