La década del ’20 en América Latina está marcada por el debate registrado en una serie de manifiestos y revistas en torno a la importación de las estéticas y programas de los diversos movimientos de vanguardia europeos. Los viajes a París, las experimentaciones con la escritura, una nueva retórica, el uso de la tecnología, el cosmopolitismo, son preocupaciones constantes entre los escritores de esos años. “América Latina, donde los jóvenes poetas discuten con pasión a sus predecesores franceses”, va a decir Apollinaire. De todos modos, la relación con esos modelos no va a ser de imitación pasiva, sino que va a haber una reflexión en torno al medio latinoamericano en el que se activan las discusiones. En Brasil los cuestionamientos respecto de un arte no folclóricamente propio pueden datarse en 1922 con la Semana de Arte Moderno que se llevó a cabo entre el 13 y el 17 de febrero en el Teatro Municipal. Dos años después, a partir de los debates que abrió el Manifiesto Pau Brasil, de Oswald de Andrade, se comenzó a conformar el campo desde la división de diversos grupos cada uno de los cuales pensaban la modernización en el arte de maneras bien diferentes entre sí. En 1928 el mismo Oswald de Andrade escribió el Manifiesto Antropófago, planteando el acto antropófago como método para comprender y conformar una identidad propia: deglutir los elementos culturales ajenos y digerirlos junto a los propios.