Uno de los principales legados que han dejado las dictaduras institucionales de las fuerzas armadas en América Latina ha sido el replanteo de la interpretación histórica. La masiva represión llevada a cabo, la magnitud de las violaciones a los derechos humanos, el terror y el silenciamiento de las voces populares de alguna manera re-problematizó el rol que ha tenido aquella historia oficial, la Historia con H mayúscula para muchos (Carrera Damas, 2004), o la historia sagrada para otros (Izard, 2004). En otros términos, aquella que fue sustrato para el forjamiento del sentimiento nacional, la consecución del consenso y de la legitimidad necesaria para la consolidación de los estados modernos en nuestra región. Una tarea que, por intermedio de la homogeneización y reclasificación en la ciudadanía, opacó la diversidad y las variadas formas de exclusión y explotación que fueron funcionales al alcance del proyecto de los sectores oligárquicos. Los espíritus, la veneración supersticiosa del pasado, como decía Marx, el hacer del pasado un santuario, como dice Germán Carrera Damas, con sus símbolos, mártires, museos, forman entre otros parte de una interpretación histórica nacional. Una historia por cierto cristalizada, que se piensa y se cree como verdad, inmovilizada, legada y aprendida. En definitiva una historia sin historia.