Esta atrofia progresiva de la experiencia estética, tiene su paralelo en las posibilidades de la experiencia política. La multitud, bombardeada como homogeneidad indiferenciada por la masividad de las comunicaciones, ha dado paso a una fragmentación en individualidades que, buscando refugio a ese asedio, dificultan las posibilidades de representación política. Así, los mensajes con que ésta interpela a la población se tornan de una extrema ambigüedad discursiva. Lo político pierde capacidad de ejercicio, hablando a todos se dirige a ninguno.